viernes, 12 de septiembre de 2014

Corderito, corderito....

Esta historia como todas, se desarrolla en un pequeño pueblo de humildes gentes, agricultores y ganaderos. Andrés un chico joven de unos 25 años, trabajaba de jornalero durante muchas horas para un terrateniente de la zona. Se dedicaba a trabajar la tierra o atender el ganado, que era mucho. Aquel día fué a trabajar como todos, recorria un largo camino tenía que cruzar el pueblo, bordear un bosque y para colmo siempre tenía que sortear algún obstáculo: arboles caídos, inundaciones... Llegó puntual a su trabajo y al final del día cuando ya era completamente de noche, se dispuso a regresar. En mitad del camino por el bosque escucho un tenue ruído, al principio no le dió importancia pero poco a poco al acercarse y adentrarse en aquel bosque descubrió lo inesperado. Un pequeño cordero extraviado. El chico estaba muy emocionado con su hallazgo, ya que, en aquellos tiempos de hambrunas y penuria un cordero daría de comer a su familia. Rápidamente se lo cargo a los hombros sujetandolo por las patas delanteras y traseras, y todo feliz con su hallazgo retomó su regreso a casa. Poco a poco durante su camino sentía que el cordero iba pesando más y más hasta el punto de tener que parar a descansar un par de veces. Ya sólo le faltaba sortear un pequeño tronco de árbol, cuando sintió una risita a su espalda que le heló la sangre. En un momento se dió cuenta de que lo que estaba sujetando era una mano humana y no una pezuña de animal. Tan rápido como pudo lo soltó y lo dejo caer, lo que vió en aquel momento lo dejo atónito, sin saber que decir o hacer más que echar a correr. Era el mismisímo diablo, con unas peludas y mugrientas patas traseras y una cara tan siniestra que espantaría a cualquiera, este ser se reía a carcajadas y Andrés no quiso esperar más para ver que podía hacer o decir, echó a correr y jamás volvió a pasar por aquella zona, preferia dar un rodeo para llegar a su trabajo.