miércoles, 14 de junio de 2017

La miseria


Era una vez, en un pequeño pueblo; en pleno invierno, en medio de una tormenta. Los relámpagos iluminaban el cielo, y el estruendo de los truenos resonaba fuertemente, llovía a mares y el viento doblaba las ramas de los árboles, hasta hacerlas quebrar.

 Una viejecita  llamada Miseria vivía en una pequeña casa muy pobremente, se encontraba acurrucada al lado del fuego tapada con una manta al lado de un humeante tazón de leche. Cuando de repente escucho a alguien golpear la puerta. Se acercó temerosa, para ver quién era.

Abrió lentamente la puerta con precaución y pudo ver a un hombrecillo calado hasta los huesos, le calculaba más o menos su edad, tenía una expresión amable y una larga barba blanca. El señor se disculpó por molestarla a esas horas y le pidió amablemente cobijo porque estaba perdido, hambriento y empapado.

 La señora que apenas tenía para poder comer ella amablemente le ofreció un trozo de pan con mermelada de pera, ella en su pequeño huerto tenía un enorme peral, del que todos los años recogía gran cantidad de fruta con la que hacía mermelada, que conservaba para pasar todo el invierno.  El viejito le agradeció enormemente su amabilidad secó sus ropas al fuego, comió lo que la señora le ofreció y ambos se fueron a dormir.

A la mañana siguiente, después de agradecerle todo lo que había hecho por él el viejecito le desveló a la señora quien era realmente, era una especie de ser mágico, y gracias a ella había podido sobrevivir a aquella terrible tormenta; en agradecimiento el viejecito le concedió un deseo a Miseria.

Ella le pidió algo bastante insólito, le contó que en verano muchos de los niños del pueblo entraban a hurtadillas en su huerto para subirse al peral y robarle las peras; así que lo que ella quería era que todos los que subiesen al peral no pudiesen bajar hasta que ella se lo ordenase.

Resultado de imagen de la vieja miseriaY asi se lo coincidió el viejecito, se despidieron y él se marchó para nunca más volver….

Pasó  la primavera y llego al verano, con él los niños se colaban en el huerto de Miseria para robarle las peras, pero esta vez algo era diferente…. No podían bajar, los niños lloraban aterrados y la vieja les regañaba duramente; no los dejo bajar hasta que sus padres venían a disculparse con la señora y a prometer que nunca más volverían a hacer algo así.

Una noche a finales de otoño, una visita inesperada llegó a su puerta; era la muerta venía a llevarse a Miseria. La vieja con una dulce sonrisa, le dijo que estaría encantada de irse que estaba preparada pero que si le cumplía un último deseo, le pidió si podía subirse al peral para recoger unas peras para el camino. La muerte acepto, se subió al peral para recoger la fruta pero cuando se dio cuenta no pudo bajar.


Pasaron los días y la gente no moría, el pueblo se llenaba de gente apenas había comida y todo se estaba volviendo demasiado caótico hasta que miseria dándose cuenta de lo que estaba pasando decidió hacer un trato con la muerte.

Le propuso dejarle bajar si no se la llevaba nunca de la tierra, la muerte aceptó, y por eso la miseria siempre está en la tierra. Nunca la abandonará.

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Una tarde oscura de invierno, unos jóvenes pilluelos estaban jugando en una calle situada enfrente de una pequeña iglesia, se divertían correteando mientras el cielo daba una tregua a los continuos chubascos que habían estado azotando la zona durante esos días.

No era muy normal que pasasen coches por aquella calle, porque estaba visiblemente deteriorada, así que cuando apareció aquel pequeño camión de reparto ambos se miraron extrañados pensando que aquel conductor no era de la zona porque nadie en su sano juicio se metería por aquella calle llena de socavones, barro y una maleza enorme a ambos lados.

Los niños se reían mientras el conductor hacía peripecias para esquivar los baches sin éxito, en un momento dado, se cayó una caja del camión rompiéndose parcialmente sobre el asfalto.

Los niños corrieron curiosos para ver el contenido de la caja, vieron que se trataba de una caja de higos secos, ambos se entusiasmaron mucho y cogieron entre los dos la caja para esconderse con ella dentro de la caseta que había en el pequeño cementerio al lado de la iglesia.  Acordaron repartirse los higos a partes iguales y al terminar de repartirse la caja aun volverían a recoger los que habían caído al suelo.
Resultado de imagen de dos niños jugando foto blanco y negro

Pronto anocheció mientras los niños en la caseta se repartían los higos, sin saber que al otro lado del muro del cementerio dos señores se resguardaban porque empezaba de nuevo a llover. Estos dos hombres sin imaginarse la presencia de los niños escuchaban unas voces que provenían de dentro del cementerio…

-Este para ti.

-Este para mí.

-Este para ti.

-Este para mí.

Después de un rato, muertos de miedo, escucharon decir algo a uno de ellos…

-Hemos terminado con éstes, ahora vamos a buscar los que están afuera.

Ambos hombres, sin mediar palabra y consumidos por el pánico se echaron a correr. Mientras los inocentes niños, salieron a buscar los higos que le habían quedado en la carretera.

A veces la mente nos juega malas pasadas, sino que se lo digan a estos pobres hombres, que pasaron el peor rato de sus vidas creyendo que algún ser del más allá iba a por ellos.