Había
una vez, en un pequeño pueblo, un carpintero que se dedicaba a trabajar de
puerta en puerta, y solucionar los problemas que pudiesen tener sus clientes en
el escaso mobiliario o herramientas que en aquella época podían poseer. Hacía
unos años, que se había hecho cargo de un joven muchacho que era huérfano, y
puesto que él tampoco tenía familia decidió adoptarlo. Ambos trabajaban juntos
de casa en casa, no tenían casa propia, eran como mendigos viviendo aquí y allá
trabajando y malviviendo de la caridad ajena.
Un día
de invierno, bastante frío y desapacible llegaron a una pequeña casa, alejada
del pueblo. Llamaron a la puerta para ofrecer sus servicios, y una anciana de
edad muy avanzada que solo tenía un diente les abrió.
Ellos le preguntaron si necesitaba ayuda con
algo, que trabajaban solo a cambio de comida y alojamiento. Y esta muy
amablemente les explicó que ella vivía con su hermana, otra señora muy mayor
que no tenía ni dientes. A pesar de ser dos señoras mayores aparentemente
cascarrabias, les dieron alojamiento aquella noche y también le ofrecieron algo
de comer.
-Somos
muy pobres hijos míos, sólo podemos ofreceros unas sopas.
-Como
las queréis? Al dentón o al retorcillón?
Padre e
hijo se miraron desconcertados, puesto que nunca habían oído esa expresión.
-Yo al
dentón, dijo suavemente el padre.
Entonces
la vieja que tenía un solo diente, cogió un trozo de pan duro, e hincó
profundamente el diente en el, para después sacar un trozo que directamente
puso en la taza con la leche.
Se
miraron con cara de asco, pero el padre no podía hacer tal desprecio a aquellas
personas mayores así que se lo comió sin rechistar. Ante tal panorama, el hijo
dijo que no tenía hambre y que no quería cenar.
Las
viejitas le prepararon un lugar en un pequeño hueco que había en la cocina, llenándolo
con paja y una manta con la que
cubrirse.
Cuando
se hizo de noche, todos fueron a dormir, padre e hijo en la cocina en aquel angosto
pero confortable hueco, y las señoras a sus respectivas habitaciones.
En
mitad de la noche el chico, no paraba de dar vueltas; puesto que como no había
cenado tenía hambre y no era capaz de conciliar el sueño. Al darse cuenta de
esto, su padre le dijo que buscase por la cocina algo de comer, algo de aquel
pan duro o lo que encontrase; pero que no encendiese la luz para que las viejas
no se fuesen a dar cuenta. Y así hizo el
chico, que poco a poco fue acercándose a la ventana y vio como un trozo de
tocino colgaba de un hijo a secar. Sin pensárselo lo cogió y se lo comió y
finalmente pudo dormir tranquilo.
A la
mañana siguiente cuando las señoras se despertaron, una alarmada exclamo
-
Mi tocino, mi tocino! Otra vez
ese maldito gato se lo ha llevado! – La señora se veía claramente enfadada y
malhumorada por la desaparición del trozo de tocino.
El
padre del chico, le preguntó que porque era tan importante, ya que era un trozo
más bien pequeño y estaba bastante seco ya…
La
señora muy amablemente, le explicó que ese trozo de tocino no era para comer era un remedio casero que tenía para
las hemorroides.
EL
chico, al oír esto, se le descompuso la cara, y se marchó con su padre de
aquella casa, incluso sin desayunar; ya no quería saber más nada de aquellas
viejas siniestras.
Y así fue
como tanto padre como hijo, decidieron cambiar su vida, y dejar de vivir de la
caridad ajena.