martes, 20 de junio de 2017

Historias de un carpintero


Había una vez, en un pequeño pueblo, un carpintero que se dedicaba a trabajar de puerta en puerta, y solucionar los problemas que pudiesen tener sus clientes en el escaso mobiliario o herramientas que en aquella época podían poseer. Hacía unos años, que se había hecho cargo de un joven muchacho que era huérfano, y puesto que él tampoco tenía familia decidió adoptarlo. Ambos trabajaban juntos de casa en casa, no tenían casa propia, eran como mendigos viviendo aquí y allá trabajando y malviviendo de la caridad ajena.

Un día de invierno, bastante frío y desapacible llegaron a una pequeña casa, alejada del pueblo. Llamaron a la puerta para ofrecer sus servicios, y una anciana de edad muy avanzada que solo tenía un diente les abrió.
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 Ellos le preguntaron si necesitaba ayuda con algo, que trabajaban solo a cambio de comida y alojamiento. Y esta muy amablemente les explicó que ella vivía con su hermana, otra señora muy mayor que no tenía ni dientes. A pesar de ser dos señoras mayores aparentemente cascarrabias, les dieron alojamiento aquella noche y también le ofrecieron algo de comer.

-Somos muy pobres hijos míos, sólo podemos ofreceros unas sopas.

-Como las queréis? Al dentón o al retorcillón?

Padre e hijo se miraron desconcertados, puesto que nunca habían oído esa expresión.

-Yo al dentón, dijo suavemente el padre.

Entonces la vieja que tenía un solo diente, cogió un trozo de pan duro, e hincó profundamente el diente en el, para después sacar un trozo que directamente puso en la taza con la leche.

Se miraron con cara de asco, pero el padre no podía hacer tal desprecio a aquellas personas mayores así que se lo comió sin rechistar. Ante tal panorama, el hijo dijo que no tenía hambre y que no quería cenar.  

Las viejitas le prepararon un lugar en un pequeño hueco que había en la cocina, llenándolo con paja y una  manta con la que cubrirse.

Cuando se hizo de noche, todos fueron a dormir, padre e hijo en la cocina en aquel angosto pero confortable hueco, y las señoras a sus respectivas habitaciones.

En mitad de la noche el chico, no paraba de dar vueltas; puesto que como no había cenado tenía hambre y no era capaz de conciliar el sueño. Al darse cuenta de esto, su padre le dijo que buscase por la cocina algo de comer, algo de aquel pan duro o lo que encontrase; pero que no encendiese la luz para que las viejas no se fuesen a dar cuenta.  Y así hizo el chico, que poco a poco fue acercándose a la ventana y vio como un trozo de tocino colgaba de un hijo a secar. Sin pensárselo lo cogió y se lo comió y finalmente pudo dormir tranquilo.

A la mañana siguiente cuando las señoras se despertaron, una alarmada exclamo

-          Mi  tocino, mi tocino! Otra vez ese maldito gato se lo ha llevado! – La señora se veía claramente enfadada y malhumorada por la desaparición del trozo de tocino.

El padre del chico, le preguntó que porque era tan importante, ya que era un trozo más bien pequeño y estaba bastante seco ya… 

La señora muy amablemente, le explicó que ese trozo de tocino no era para  comer era un remedio casero que tenía para las hemorroides.

EL chico, al oír esto, se le descompuso la cara, y se marchó con su padre de aquella casa, incluso sin desayunar; ya no quería saber más nada de aquellas viejas siniestras.

Y así fue como tanto padre como hijo, decidieron cambiar su vida, y dejar de vivir de la caridad ajena.