viernes, 30 de junio de 2017

El chiquillo y los cerditos


Era un día de invierno, frío y húmedo. En un pequeño pueblo, un pequeño comerciante de ganado estaba contando unos cerdos para poder vender, y así ganarse la vida. Se llamaba Jose, y  tenía a su cargo un chiquillo huérfano de padre, llamado Pedrito; que trabajaba  para él y le ayudaba en todo.
 Aunque fuese un incordio constante, y este señor detestara a los niños tuvo que hacerse cargo de él por una estrecha amistad que mantenía con su padre.
Pedrito era un chiquillo de apenas 8 años, era bajito para su edad  con un bonito pelo castaño y unos ojos color café con una mirada profunda e intensa. Era muy listo, y travieso como todos los niños de su edad, como él era de una familia muy pobre siempre había tenido que ingeniárselas para conseguir dinero, comida  o juguetes.  Pero a pesar de todo eso, él era un niño muy alegre.
-Pedrito, tienes que llevar estos cinco cerdos a casa del Sr. Francisco. Dile que te dé el dinero todo junto, que no hay plazos. No lo pierdas por el camino.
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- Ahora mismo voy señor. – Pedrito cogió a los cerdos enfilándolos por un angosto camino lleno de barro, en donde sus pies se hundían.
Al cabo de media hora caminando en esas condiciones llego a casa del Sr. Francisco. Y  este lo atendió amablemente, le ofreció un tazón de leche con pan; que el niño agradeció muchísimo puesto que aquella mañana no había desayunado nada.
-Sr. Aquí le dejo sus cerdos, pero antes tengo que pedirle algo que me pidió mi jefe. Me dijo que le vendiese los cerdos, pero que quería la punta del rabo de estos.
El Sr. Francisco muy extrañado, accedió a la rara petición del muchacho; total a él le importaban los cerdos no la cola de estos.
El niño hábilmente corto una a una las colas de los cinco cerdos. Y se las guardo en el bolsillo junto al dinero.
De vuelta a casa, cuando pasaba por aquel angosto camino donde el barro recubría sus pies y estaba todo lleno de agua y tierra, dispuso las cinco colas de los cerdos en fila.  Y empezó a gritar:
-¡Socorro, socorro!¡Ayúdenme! ¡Por favor!
Varios vecinos acudieron a ayudar al niño, que estaba de rodillas intentando tirar por la cola de uno de los cerdos mientras lloraba desconsolado.
Además de los vecinos apareció también jose, preocupado. Le preguntó al niño que le había pasado. A lo que este respondió entre sollozos:
-          Jefe, no he podido hacer nada, hay tanto barro y tanta agua que los cerdos se han enterrado y no puedo sacarlos.
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José intento tirar también por una de las colas de los cerdos, y la sacó del barro de un tirón.
El niño se puso aún a llorar más fuerte diciéndole a su jefe, que los cerdos estaban tan hundidos que con la fuerza le había arrancado la cola.
Jose sintiendo lástima por el niño, le dijo que no pasaba nada; que tenía más cerdos y que no se preocupase.
El pícaro, al final consiguió dinero aquel día para poder comer. Y su jefe nunca se enteró de aquel engaño.