Era un
día de invierno, frío y húmedo. En un pequeño pueblo, un pequeño comerciante de
ganado estaba contando unos cerdos para poder vender, y así ganarse la vida. Se
llamaba Jose, y tenía a su cargo un
chiquillo huérfano de padre, llamado Pedrito; que trabajaba para él y le ayudaba en todo.
Aunque fuese un incordio constante, y este
señor detestara a los niños tuvo que hacerse cargo de él por una estrecha
amistad que mantenía con su padre.
Pedrito
era un chiquillo de apenas 8 años, era bajito para su edad con un bonito pelo castaño y unos ojos color café
con una mirada profunda e intensa. Era muy listo, y travieso como todos los
niños de su edad, como él era de una familia muy pobre siempre había tenido que
ingeniárselas para conseguir dinero, comida
o juguetes. Pero a pesar de todo
eso, él era un niño muy alegre.
-Pedrito,
tienes que llevar estos cinco cerdos a casa del Sr. Francisco. Dile que te dé
el dinero todo junto, que no hay plazos. No lo pierdas por el camino.
- Ahora
mismo voy señor. – Pedrito cogió a los cerdos enfilándolos por un angosto
camino lleno de barro, en donde sus pies se hundían.
Al cabo
de media hora caminando en esas condiciones llego a casa del Sr. Francisco. Y este lo atendió amablemente, le ofreció un
tazón de leche con pan; que el niño agradeció muchísimo puesto que aquella
mañana no había desayunado nada.
-Sr. Aquí
le dejo sus cerdos, pero antes tengo que pedirle algo que me pidió mi jefe. Me
dijo que le vendiese los cerdos, pero que quería la punta del rabo de estos.
El Sr.
Francisco muy extrañado, accedió a la rara petición del muchacho; total a él le
importaban los cerdos no la cola de estos.
El niño
hábilmente corto una a una las colas de los cinco cerdos. Y se las guardo en el
bolsillo junto al dinero.
De
vuelta a casa, cuando pasaba por aquel angosto camino donde el barro recubría sus
pies y estaba todo lleno de agua y tierra, dispuso las cinco colas de los
cerdos en fila. Y empezó a gritar:
-¡Socorro,
socorro!¡Ayúdenme! ¡Por favor!
Varios
vecinos acudieron a ayudar al niño, que estaba de rodillas intentando tirar por
la cola de uno de los cerdos mientras lloraba desconsolado.
Además
de los vecinos apareció también jose, preocupado. Le preguntó al niño que le
había pasado. A lo que este respondió entre sollozos:
-
Jefe, no he podido hacer nada, hay tanto barro y tanta agua que los
cerdos se han enterrado y no puedo sacarlos.
José
intento tirar también por una de las colas de los cerdos, y la sacó del barro
de un tirón.
El niño
se puso aún a llorar más fuerte diciéndole a su jefe, que los cerdos estaban
tan hundidos que con la fuerza le había arrancado la cola.
Jose
sintiendo lástima por el niño, le dijo que no pasaba nada; que tenía más cerdos
y que no se preocupase.
El
pícaro, al final consiguió dinero aquel día para poder comer. Y su jefe nunca
se enteró de aquel engaño.