Era un
día de invierno, no hacía demasiado frío y el sol asomaba levemente entre las
oscuras nubes. Los días anteriores había
llovido mucho y el viento había azotado duramente esa zona. Algunos árboles se
habían caído y alguna que otra teja de los tejados de aquellas humildes casas
de aquel pequeño pueblo también.
José
estaba terminando de desayunar una taza de leche al lado de Pedrito junto al
fuego de la antigua lareira (chimenea típica gallega) que tenía su casa. Y se acordó del molino.
EL
tenía alquilado un pequeño molino de agua a las afueras del pueblo, al lado de
un riachuelo donde molía el grano de muchos vecinos a cambio de un poco de lo que molían. Así se
aseguraba tener siempre algo de pan en casa. Debido a la tormenta que había
sacudido el pueblo durante esos días pensó que seguramente el molino había
sufrido daños en el tejado y que tendría alguna gotera. Por eso decidió ir a
echar un vistazo, para asegurarse de que todo estaba en orden.
Pidió a
Pedrito para que lo acompañase, y así entre los dos terminarían de hacer los
arreglos oportunos más rápido y estarían libres a la hora de comer.
Llegaron
al molino, y vieron que efectivamente algunas tejas estaban en el suelo.
El molino era viejo, estaba cubierto
parcialmente con hiedras que subían hasta alcanzar el tejado por algunas zonas.
Era una construcción rústica y de tamaño reducido. Tenía una pequeña puerta de
madera bastante apolillada con una pequeña cerradura de hierro oxidado. Dentro
se podía ver el mecanismo del molino en
perfecto estado y varios sacos de grano que aun faltaban por moler en un
rincón.
Jose
alzó a Pedrito al tejado del molino para que pudiese ver las zonas en donde las
tejas estaban movidas o se habían caído.
-
¿Cómo está todo por ahí arriba Pedrito?
-
Muy mal, muy mal jefe, estas tejas están todas torcidas… (lo decía, viendo la curvatura que tienen todas las tejas, puesto que ninguna
es plana)
-
Voy a casa y te traigo las herramientas, haber si acabamos pronto.
-
¡Señor, sólo me hace falta un
martillo!
-
¿Un martillo? ¿Para qué Pedrito?, haber si vas a romper alguna.
Jose rápidamente
fue a su casa en busca de un martillo. Y a los pocos minutos se presenta de
nuevo en el molino.
-Aquí tienes.
El
niño, ni corto ni perezoso, se puso a romper todas las tejas para “dejarlas
planas” y así “arreglar el molino”. Las
iba haciendo añicos una a una hasta que jose, se dio cuenta de lo que hacía y
puso el grito en el cielo. Nunca más dejó que ningún niño hiciese su trabajo.