lunes, 21 de agosto de 2017

El escarmiento del trasno


Antes de empezar a relatar la historia de hoy, intentaré explicar brevemente las características principales del protagonista de este cuento. 

Esta leyenda trata de un “trasno” un ser mitológico gallego, que habita en las casas y hace bromas pesadas a sus inquilinos; como por ejemplo: asusta al ganado, rompe vasos o platos, mueve objetos de lugar, hace ruidos extraños… actúa principalmente por la noche.

Es de pequeño tamaño similar a un duende, viste de rojo, tiene una larga barba y de día desaparece.

Es muy común llamar a los niños en Galicia, “trasnos” por ser inquietos y revoltosos.
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En un pequeño pueblo,  en una humilde casa vivían una madre y su hija; las dos solas después de que el padre de familia falleciese hacía escasamente unos meses.

Desde el fallecimiento de este, todas las noches a la misma hora alguien golpeaba la puerta.

Toc, toc, toc.

-¿Quién es? – Contestaban con miedo las dos mujeres.

-Soy el trasno, dejadme pasar.

La madre aterrorizada, empezaba a rezar en voz alta para ahuyentar al trasno y hacer que este las dejase en paz.

Y así era, entre rezos y salmos el trasno se iba, pero volvía al día siguiente.

Las pobres mujeres no tenían ni un momento para estar tranquilas, durante el día pensaban en aquel odioso ser, que no las dejaba conciliar el sueño por las noches. Y durante las noches estaban pendientes más que nunca de rezar sus oraciones para hacer así que el trasno no consiguiese entrar.

Ambas hicieron una promesa a Dios, que consistía en ayudar a un pobre a cambio de contarle su problema y que este les librase del trasno.
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Y así hicieron, un día que cocían pan alguien golpeó la puerta, era una vieja mendiga que buscaba comida y resguardo.

La mujer le dio el pan más grande que habían hecho, en principio aquella vieja mendiga se negó a aceptar, era demasiado. Pero después la amable mujer le contó lo que les sucedía a ella y a su hija desde el fallecimiento de su marido y le pidió por favor que la librase de aquella tortura.

Allí había una creencia, que si alguien desde afuera por la noche llega cuando esta el trasno, puede convencerlo o llegar a algún tipo de acuerdo para que este se vaya.

La vieja aceptó a cambio de pasar aquella noche durmiendo en su casa, rápidamente pidió una rueca y un huso para ponerse a hilar a la luz de la lumbre.
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Al poco tiempo se escucho como alguien aporreaba la puerta. TOC, TOC, TOC.

-¿Quién es? – respondió la anciana.

-¿Soy el trasno, déjame pasar?

-Entra, hace frío.

El trasno entró desconfiado y se sentó al lado de la vieja.

Está muy seria le dijo:

-Te dejo estar aquí  con una condición, tienes que soplarme en esta herida que tengo, que me duele mucho hasta que se cure. –Le dijo mientras señalaba una llaga que tenía en su trasero.

El trasno se acercó a soplarle y la vieja soltó una sonora ventosidad en su cara. El trasno con cara de asco, se separó de la vieja lo más rápido que pudo.
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Al rato la vieja volvió a decirle.

-Esta herida aún no se ha curado, tienes que volver a soplarme. Se nos acaba el tiempo porque se está haciendo de día – y diciendo esto se empezó a pedorrear más.

El trasno le contestó que se iba, que no quería soplarle más.

-Eres un trasno desagradecido, no has cumplido tu promesa. Si te vas ahora no vuelvas nunca más, teníamos un trato  y lo has incumplido.

Y así fue como la viejecita libro a las dos buenas mujeres de aquel odioso trasno que las tenía tan atemorizadas.