lunes, 25 de septiembre de 2017

La calavera.


Cuenta la leyenda que en Doade (Lugo), había una vez un matrimonio de mediana edad, muy humilde, que vivía en una pequeña cabaña cerca del camposanto.

La renta de dicha cabaña, era muy barata puesto que nadie quería vivir cerca del cementerio y tan alejados del pueblo. 

La pareja era una pareja normal y corriente, él había decidido que ese sería buen sitio para vivir porque era un poco arisco con la gente además no era nada supersticioso ni creía en esa clase de cosas. Incluso todos los días que venía de trabajar siempre cogía un atajo atravesando directamente por el cementerio. Esto, le ahorraba al menos diez minutos de camino, y cuando hacía mal tiempo después de un duro día de trabajo en la mina, lo único que quería era llegar pronto a casa, para cenar y descansar.
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Cierto día de invierno, se dispuso a hacer como de costumbre el camino de vuelta a casa. La noche estaba muy oscura, apenas se veía nada, no llovía pero corría un aire gélido que le golpeaba la cara y las manos como si fuesen mil cuchillos atravesando su piel.

Apuro el paso por el estrecho sendero que atravesaba el cementerio, vio a lo lejos en medio del camino una especie de piedra luminosa que desprendía un brillo especial, como si de una luciérnaga se tratase. Sin pensarlo mucho le pego una patada haciendo rodar aquella cosa por la pequeña ladera del cementerio.
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Llegó a casa, se sentó a la mesa esperando que su mujer le trajese la cena como de costumbre. Pero  en un momento dado, se giró y pudo ver algo encima de la mesa… algo aterrador, una calavera.  Él no se inmutó, y le preguntó a la calavera:

-¿Qué haces aquí?  ¿Acaso quieres cenar conmigo? Si quieres, le decimos a mi mujer que ponga otro plato más en la mesa.

Y la calavera contestó:

-No, hoy no vengo a cenar. Tú has interrumpido mi descanso, los cementerios son para que los muertos descansen, no para los vivos.  Sólo vengo a decirme que pronto me harás compañía.

Cuando su esposa entró por la puerta, no había ni rastro de la calavera ni de nada extraño, su marido, estaba en una posición aparentemente muy incómoda, medio recostado en una pequeña silla durmiendo.  Ella lo despertó, y le sirvió la comida fielmente como había hecho todos aquellos años que llevaban casados.

El cenó vorazmente y se fue a dormir, le esperaba un día duro en el trabajo. 

Al día siguiente, a media mañana alguien golpeó en la puerta de aquella pequeña cabaña, un chico joven de apenas dieciséis años. Llegaba jadeando puesto que había venido corriendo.

La señora amablemente le pregunto que se le ofrecía y si necesitaba algo.

El chico, entre sollozos solo pudo atinar que había sucedido algo en la mina donde trabajaba junto con su marido y este había fallecido.
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