miércoles, 14 de marzo de 2018

Jikininki el devorador de cadáveres


Musõ Kokushi, era un sacerdote budista que peregrinaba de pueblo en pueblo de Japón para ofrecer desinteresadamente sus servicios como monje, vivía de la caridad de las buenas gentes con las que se encontraba.

Un día mientras viajaba por la provincia de Mino, se perdió en un bosque; tras buscar y caminar durante varios kilómetros no encontraba ninguna casa, así que, se dispuso a pasar la noche al raso, cuando, en el último momento, pudo vislumbrar a lo lejos una pequeña colina en donde se erigía una capilla.

Se acercó rápidamente a pedir cobijo, pero un monje, ya anciano, muy maleducadamente lo echó y le dijo que se fuese a pasar la noche al pueblo, que él estaba muy ocupado y que no podía atenderlo.

Musõ se quedó muy extrañado ante la reacción de aquel monje, pero agradecido también porque le había indicado vagamente como llegar al pueblo.
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Fue recibido con mucha hospitalidad en la primera casa en la que paró, le dieron una habitación para descansar.   En aquella casa había mucha gente reunida en el salón principal, y el sacerdote podía escuchar los lamentos de aquella gente, así que, le pregunto al chico que le había dado cobijo.

Amablemente, le explicó que su padre había fallecido hacía unas horas; toda aquella gente, había llegado a dar las condolencias a su familia pero pronto partirían todos de aquella casa  para dejar al cadáver sólo durante la noche, como era costumbre en aquel lugar.

Musõ le pidió, por favor, si podría quedarse a velar y a rezar por el fallecido durante la noche en su ausencia, a lo que los familiares aceptaron sin ningún problema.

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Mientras pasaba la noche, Musõ rezaba cerca del fallecido, cuando oyó unas pisadas y pudo contemplar claramente una bestia entrando en aquella casa,  se percató de que era un demonio, un demonio que se sentó al lado del cadáver y poco a poco fue devorándolo hasta no quedar ni rastro de él, una vez terminado aquel macabro banquete se fue.  Musõ se quedó completamente paralizado de terror y nada pudo hacer por proteger el cuerpo.

Ya por la mañana, cuando la familia llegó de nuevo a casa Musõ le contó lo que había sucedido, pero estos no se sorprendieron nada puesto que no era la primera vez que pasaba algo así. El monje, también le preguntó si el monje que vivía en la ermita de la colina no oficiaba los funerales en el pueblo. Estos si se asombraron ante lo que Musõ contaba, puesto que en aquel pueblo no había ninguna ermita ni mucho menos ningún monje.

Musõ todavía con la duda, se dispuso a desvelar el misterio, volviendo a dirigirse hacia la colina y la ermita. No fue difícil encontrarse de nuevo con ella ni tampoco con el viejo monje.

Este, le pidió disculpas por sus malos modales y por no haberle ofrecido cobijo. Le contó que estaba  maldito, que durante su vida era un monje necio y egoísta al que solo le preocupaban las cosas materiales, y que, una vez muerto se reencarnó en el demonio Jikininki  una criatura deforme y terrorífica que devoraba los cadáveres de los muertos . Por sus malas conductas del pasado ahora estaba en esa situación.
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Le pidió a Musõ que se apiadara de él y que le devolviese su paz. Musõ hizo una serie de ritual y rezo por el alma de jikininki para poder ayudarlo con su terrible maldición.

Y así fue, la ermita y el anciano monje desaparecieron dejando en su lugar una tumba cubierta de musgo. Resultado de imagen de tumba japonesa con musgo