Esta
historia cuenta uno de los primeros casos de posesiones documentados en España.
En el
pequeño pueblo de San Fiz de Anllóns, durante el año 1899. Vivía en una pequeña
casa familiar típica de la época. Una señora
llamada Juliana Rodríguez junto con su
nieta María Cundíns que por aquel
entonces tenía doce años.
Todo
era normal en su vida cotidiana, pero algo empezó a llamar la atención de
Juliana, por las mañanas cuando se levantaba para empezar con sus quehaceres
domésticos notaba como las cosas estaban revueltas, cajones abiertos, objetos
tirados por el suelo, los huevos aparecían vacíos y hasta en varias ocasiones
pudo ver su ropa adornada con esputos.
Esto
poco a poco hizo que la señora se decidiese visitar al párroco de su pueblo Juan
Antonio Combarro para pedirle ayuda,
puesto que cada vez estos sucesos iban a peor.
La
mujer le relató el martirio que vivía día a día en esa casa, podía contemplar a
menudo como un ser, o algo no humano removía las brasas de la lumbre.
Cuando
estaba durmiendo podía sentir claramente como una mano la arañaba, o agarraba
del cuello fuertemente.
Ni su
nieta se libraba de aquello, puesto que, ambas eran víctimas de aquel extraño
ser.
La
prensa de la época se hizo eco de la noticia, e incluso durante los años
posteriores en periódicos como La voz de España, narraban estos sucesos como
uno de los primeros casos de posesión diabólica documentados en España.
Se podría pensar que la gente estaba
sugestionada por algún tipo de historia, pero aún faltaban casi cincuenta años
para que el padre Carras se hiciese famoso con El Exorcista. Película que caló
muy hondo en la población de aquella época.
Sin embargo, esto no tenía nada que ver.
Ni
Juliana ni su nieta giraban la cabeza trescientos sesenta grados, ni recitaban
salmos en latín. Pero vivían constantes
ataques y agresiones diarias por parte de algo maligno, que les impedía hacer
una vida normal.
En
principio Juan Antonio Combarro, que no era dado a tales fantasías y cuentos recomendó
a la mujer rezar el rosario y asistir asiduamente a misa, pero ante la
insistencia de la mujer decidió ir a visitar su casa y efectivamente vió con
sus propios ojos aquellos insólitos sucesos que allí acontecían.
Estos
hechos los escribió el presbítero Ricardo Sánchez Varela. En un libro llamado
Eva y María. Fenómenos diabólicos y
milagros que demuestran el cumplimiento de la promesa hecha en el paraíso. Publicada en 1925.
Incluso
llegó a formarse una comisión de canónigos ordenada por el arzobispo de
Santiago, el Cardenal Martín de Herrera
para estudiar el tema.
Numerosos
curiosos, vecinos y entendidos sobre la materia se acercaron a ver la casa, y a
poder contemplar los fenómenos paranormales que allí sucedían y que durante
todo este tiempo se hacían más fuertes.
Ni el
prelado se creía tales historias hasta que las escuchó de la boca del propio
cura, al que concedió el poder de utilizar exorcismos y remedios de la iglesia. Se llego a levantar acta notarial, en donde
varios testigos como el farmacéutico del pueblo y el mismísimo juez de paz
pudieron ver con sus propios ojos lo que sucedía.
Uno de
los casos más sorprendentes que pudieron ver, fue que mientras toda esta gente
estaba cerca de la lumbre, cayó una piedra de la nada. Todos se sobresaltaron,
pero eso no fue nada en comparación a la granizada que cayó de piedras dentro
de aquella cocina minutos después.
Fueron juntando las piedras en un montón marcándolas, y mágicamente iban
desapareciendo. Al final de la noche en
aquel montón solo quedaban trece piedras.
El
boticario estando solo en el exterior de la casa también pudo presenciar un
cesto de patatas boca abajo, en donde las patatas que estaban en su interior
como por arte de magia no se caían. También fue abofeteado por algo invisible,
él y varios testigos de los ya citados.
La
anciana murió a los pocos años, y la nieta emigró a America. El exorcismo nunca
se llegó a practicar.
Finalmente
la casa fue restaurada, y actualmente es una casa de turismo rural muy conocida
en la zona.
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