Antes
de empezar a relatar la historia de hoy, intentaré explicar brevemente las
características principales del protagonista de este cuento.
Esta
leyenda trata de un “trasno” un ser mitológico gallego, que habita en las casas
y hace bromas pesadas a sus inquilinos; como por ejemplo: asusta al ganado,
rompe vasos o platos, mueve objetos de lugar, hace ruidos extraños… actúa
principalmente por la noche.
Es de
pequeño tamaño similar a un duende, viste de rojo, tiene una larga barba y de
día desaparece.
Es muy
común llamar a los niños en Galicia, “trasnos” por ser inquietos y revoltosos.
En un
pequeño pueblo, en una humilde casa
vivían una madre y su hija; las dos solas después de que el padre de familia
falleciese hacía escasamente unos meses.
Desde
el fallecimiento de este, todas las noches a la misma hora alguien golpeaba la
puerta.
Toc,
toc, toc.
-¿Quién
es? – Contestaban con miedo las dos mujeres.
-Soy el
trasno, dejadme pasar.
La
madre aterrorizada, empezaba a rezar en voz alta para ahuyentar al trasno y
hacer que este las dejase en paz.
Y así
era, entre rezos y salmos el trasno se iba, pero volvía al día siguiente.
Las
pobres mujeres no tenían ni un momento para estar tranquilas, durante el día
pensaban en aquel odioso ser, que no las dejaba conciliar el sueño por las
noches. Y durante las noches estaban pendientes más que nunca de rezar sus
oraciones para hacer así que el trasno no consiguiese entrar.
Ambas
hicieron una promesa a Dios, que consistía en ayudar a un pobre a cambio de
contarle su problema y que este les librase del trasno.
Y así
hicieron, un día que cocían pan alguien golpeó la puerta, era una vieja mendiga
que buscaba comida y resguardo.
La
mujer le dio el pan más grande que habían hecho, en principio aquella vieja
mendiga se negó a aceptar, era demasiado. Pero después la amable mujer le contó
lo que les sucedía a ella y a su hija desde el fallecimiento de su marido y le
pidió por favor que la librase de aquella tortura.
Allí
había una creencia, que si alguien desde afuera por la noche llega cuando esta
el trasno, puede convencerlo o llegar a algún tipo de acuerdo para que este se
vaya.
La
vieja aceptó a cambio de pasar aquella noche durmiendo en su casa, rápidamente
pidió una rueca y un huso para ponerse a hilar a la luz de la lumbre.
Al poco
tiempo se escucho como alguien aporreaba la puerta. TOC, TOC, TOC.
-¿Quién
es? – respondió la anciana.
-¿Soy
el trasno, déjame pasar?
-Entra,
hace frío.
El
trasno entró desconfiado y se sentó al lado de la vieja.
Está
muy seria le dijo:
-Te
dejo estar aquí con una condición,
tienes que soplarme en esta herida que tengo, que me duele mucho hasta que se
cure. –Le dijo mientras señalaba una llaga que tenía en su trasero.
El
trasno se acercó a soplarle y la vieja soltó una sonora ventosidad en su cara.
El trasno con cara de asco, se separó de la vieja lo más rápido que pudo.
Al rato
la vieja volvió a decirle.
-Esta
herida aún no se ha curado, tienes que volver a soplarme. Se nos acaba el
tiempo porque se está haciendo de día – y diciendo esto se empezó a pedorrear
más.
El
trasno le contestó que se iba, que no quería soplarle más.
-Eres
un trasno desagradecido, no has cumplido tu promesa. Si te vas ahora no vuelvas
nunca más, teníamos un trato y lo has incumplido.
Y así fue
como la viejecita libro a las dos buenas mujeres de aquel odioso trasno que las
tenía tan atemorizadas.
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