En una
pequeña aldea de Galicia, me cuenta una de sus vecinas lo que le sucedió hace
algunos años.
Ella
vivía con su marido, en una casa familiar que estaba al lado del cementerio del
pueblo. Era una herencia que había recibido su marido por parte de su familia,
puesto que, era hijo único. A ella, esa casa nunca le gustó, relata; pero era
muy amplia tenía una huerta soleada y era una zona bastante abrigada de los
vientos que solían azotar la zona. El único inconveniente que veía era el
cementerio.
Levantarse
por la mañana y tener en frente de la ventana el panteón familiar le daba escalofríos.
Pero con el paso de los años, fue adaptándose y a no darle la menor importancia
al cementerio.
Desgraciadamente,
a los pocos años su marido enfermo gravemente y murió. Fue enterrado en el panteón
familiar y su mujer podía ver su tumba perfectamente desde su ventana.
A ella
le costaba adaptarse a la nueva situación, pero poco a poco fueron
transcurriendo los días hasta que una noche escucho una voz que provenía desde
el panteón.
“María, acuérdate que le debo 40.000ptas a Ramón. María, acuérdate. “
Ella se sintió aterrorizada, la
primera noche no le dio importancia, pensó que estaría soñando. Pero
claramente, era la voz de su marido que se dirigía a ella.
Fueron pasando los días, y la
voz seguía atormentando sus noches, hasta llegar al punto que ella pensó que estaba
volviéndose loca, por lo tanto acudió a un psicólogo por recomendación de sus
allegados.
Estuvo un tiempo acudiendo a las
consultas, e intentando aceptar su nueva vida sin su marido y sin escuchar nada
por las noches. Estuvo así varios meses,
según cuenta.
Hasta que un día la historia se volvió
a repetir, y volvió a escuchar aquella voz por la noche.
Esta vez segura de si misma, y
sin dudar lo más mínimo a la mañana siguiente
fue en busca de Ramón, un viejo amigo de su marido con el que pasaban horas y
horas juntos.
Esta le preguntó nada más verlo,
si su marido le debía dinero y que si era así la acompañase hasta el banco y
así saldarían la deuda.
Ramón le contestó, que
efectivamente le debía ese dinero su marido, de un pequeño préstamo que le hizo
hacia unos meses antes de morir, pero que no quería el dinero y que no pensaba
en reclamárselo. No sabía, ni que se lo había contado a su mujer puesto que era
un pequeño secreto que tenían entre ellos.
La mujer, le dijo que le dejase pagárselo
y le contó lo que le estaba sucediendo por las noches.
Juntos fueron al banco y ella le
pago el dinero acordado. Saldando así
las deudas que el difunto tenía pendientes en vida.
Y así fue, como María por fin
pudo vivir en paz.
Y hasta el día de hoy sigue
viviendo en la misma casa, sin el menor miedo.
Este es uno de los muchos relatos, que he escuchado de deudas o cosas pendientes que le quedan a los difuntos en el mundo de los vivos.
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