Esta
leyenda se sitúa en un pequeño pueblo marinero, llamado Corcubión en Galicia más concretamente en A Costa da
Morte.
Es un
pequeño pueblo marinero, con gran encanto y con gran valor histórico y
cultural. Pero en este caso simplemente os relataré una bonita leyenda situada
en este pueblo.
En el
pequeño lugar de Corcubión vivía un joven y apuesto marinero, era fuerte, rubio y con buen porte. Como era de esperar
todas las chicas se lo rifaban y competían para ver quien conseguía casarse con
aquel galán.
Pero el
chico no estaba para nada interesado en mujeres, en casarse o formar una
familia. Simplemente vivía el día a día, saliendo a pescar y ganando dinero con
el sudor de su frente para poder vivir bien y asegurarse una jubilación
descansada.
Un día
mientras volvía a casa después de un duro día de trabajo, se cruzo en medio del
bosque con una hermosa mujer que estaba descansando en una roca, tenía el
cabello rojo y los ojos tan azules como el mar,
se dio cuenta de inmediato, que no era una mujer corriente, era una
meiga.
Ambos
se saludaron cordialmente, y cuando el muchacho ya le daba la espalda a la
chica esta le dijo:
-Eh tu
marinero! eres muy guapo. Quieres casarte conmigo?
-No
señora, me siento halagado pero no quiero casarme ni con usted ni con nadie.
-
Piénsalo, puesto que no descansaré hasta que aceptes mi petición. Te haré la
vida imposible.
El
marinero pasó de largo, llegó a su casa y se dispuso a preparar la cena; para
esto necesitaba encender la lareira. Por más que lo intentó con leña seca y un
montón de fósforos el fuego no prendió.
Al
final comió su cena fría y se acostó temprano puesto que el frío del mar y la
ausencia de fuego acabó por entumecer sus huesos y necesitaba calor y descanso.
Al día
siguiente justo al salir de casa se volvió a topar con la meiga, radiante como
siempre y esta le dijo:
-Ya te
has pensado lo que te pregunté ayer? Te casarás conmigo?
-No, ya
te he dicho que no me interesa casarme.
El
marinero siguió su camino ignorándola con aire malhumorado hasta llegar al
puerto donde tenía su bote. Recogió las redes y se adentró en el mar para poder
pescar.
Iban
pasando las horas, y cada vez se sentía más y más cansado y pensó en acostarse
un rato a descansar bajo la luz del sol en el pequeño bote. Sentía que con el
vaivén se iba adormilando hasta quedar profundamente dormido.
Mientras
dormía escuchaba unas voces….
-Mira
que piernas!
-Uy! Si!
Que piernas tan bonitas.
-Que
piernas!
Él
marinero se despertó súbitamente, y se percató de que su bote estaba cerca de
las rocas pero no podía ver de quien provenía aquella extraña conversación.
-Que
piernas tiene!
-Trae
el hacha! Apúrate se ha despertado!
El
marinero estaba aterrorizado y ni corto ni perezoso, se lanzó al mar, mientras
seguía escuchando en su cabeza “ que piernas! Trae el hacha!” En cuanto alcanzó la orilla intentó
serenarse, recuperar su bote y regresar a su casa.
Cuando en
el camino volvió a encontrarse aquella hermosa doncella, que lucía más guapa
aún que por la mañana, aquellos ojos brillantes azules como la mar, y aquel
precioso vestido …
Ella
volvió a insistir:
-Ya te
has decidido? Te casarás conmigo?
-He
dicho que no! Dejáme en paz.
Dicho
esto, el joven ya de muy mal humor se va a casa, directamente a la cama no
quiere cenar ni pensar en lo sucedido.
A la
mañana siguiente, salió a pescar y mientras lanzaba sus redes al mar pudo
contemplar en el fondo a través de las aguas cristalinas un cofre lleno de
monedas de oro.
Rápidamente
echó el ancla se quitó la ropa y se zambulló hasta llegar al cofre lleno las
manos con puñados de monedas pero cuando las tiró hacia el interior del bote
pudo comprobar que eran piedras, repitió la operación varias veces pero seguían
saliendo piedras.
A sus
espaldas escuchó una voz que le decía:
-Quién
mucho ambiciona, sin nada se queda.
Finalmente
se dio cuenta del engaño, pensó que sería algún extraño conjuro de la meiga, se
rindió y volvió a puerto. Donde lo
esperaba la meiga sentada en un montón de redes.
-Has
reflexionado ya? Quieres casarte conmigo?
-NO!,
déjame en paz. No quiero casarme.
Después
de aquel inmenso esfuerzo, el joven enfermó. Estuvo varios días postrado en la
cama con fiebre alta.
Finalmente
cuando se recuperó, decidió pasar la tarde en la taberna del pueblo jugando a
las cartas con sus compañeros y disfrutando de una buena cerveza y con
apetitosas viandas que preparaba la dueña del local.
Anocheció
casi sin darse cuenta, pero para él la oscuridad no era un problema, se sabía
el camino a su casa como la palma de su mano, así que, se dispuso a partir.
En
medio del bosque que tenía que atravesar vió un agujero angosto de donde
provenía una luz misteriosa, como hipnotizado por esa luz, se metió y empezó a
caminar y caminar hasta dar con el origen de aquel brillo.
Cuando
de pronto, una mano grande y pesada lo aplastó contra el suelo sin que pudiese
moverse o escapar.
-Mira
que piernas.
- Y que
brazos!
-Lo
mejor de todo es su cabeza, que guapo que es!
-Trae
el hacha.
El
marinero horrorizado pudo ver aquel ser empuñando un hacha vieja y oxidada con intención
de cortarle la cabeza, desesperado, empezó a gritar pidiendo auxilio.
En ese
momento apareció la meiga, quien agarró el hacha de aquel ser salvándole la
vida.
-Y
ahora que marinerito, te casarás conmigo?
-Si! Si
–respondió el con una mezcla de miedo y alivio.
Finalmente
se casaron, y se fueron a vivir a una hermosa casa en medio del bosque nunca se
sabe muy bien de que vivieron pero no le faltaban las buenas ropas y hasta
tuvieron varios hijos.
Aun hoy
en día las hijas descendientes se pueden encontrar por los caminos durante la
noche cuando la oscuridad lo invade todo, y si eres hombre te preguntarán:
-Quieres
casarte conmigo?
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