Corrían
los años ochenta, y un matrimonio muy joven Roberto y María, los cuales
acababan de contraer nupcias apenas hacía un mes; buscaban una casa para poder
mudarse y empezar a formar su nueva familia.
Estuvieron
viendo y visitando numerosas casas de toda la zona, pero no acababan de
convencerse por ninguna, unas eran demasiado caras, otras aunque más asequibles
quedaban demasiado lejos del trabajo de Roberto… así pasaron días tras días en busca de la casa perfecta.
Un día
dos meses después un vecino y amigo de la zona le comentó a Roberto que unas
personas habían puesto a la venta una casa que llevaba deshabitada unos cuantos
años.
Que seguramente serían los descendientes de la
anterior familia y que, como ya vivían en la ciudad no les interesaría aquella
casa en el pueblo.
Roberto
y María se acercaron al lugar, para poder así hablar con el propietario quien,
efectivamente corroboró la teoría del vecino diciéndoles que desde que habían
muerto sus padres no habían vuelto allí y que no estaban interesados en aquella
casa.
Entraron
a través del viejo portal y pudieron ver un hermoso jardín, en medio tenía un
enorme rosal perfectamente cuidado.
A pesar
de estar deshabitada la casa durante muchos años, aquel rosal lucía perfecto,
lleno de capullos y de hermosas rosas rojas brotando de sus retoños.
L a
casa era sencilla, una casa de dos plantas de color blanco. La planta baja
constaba de una cocina, muy bien equipada que aunque antigua funcionaba
perfectamente, un salón de la época colonial con una gran chimenea de mármol
con un aspecto clásico y elegante. Y un
pequeño cuarto de baño.
En la
parte superior había dos habitaciones
con sus baños correspondientes.
El
dueño, incluso les propuso una rebaja; así que inmediatamente aceptaron sin
darle muchas vueltas al asunto. La casa estaba cerca del trabajo de Roberto, y
cerca del barrio en donde vivían los padres de María.
A los dos
meses, ya se habían mudado; reformado algunas cosas que estaban muy viejas y la casa estaba perfectamente amueblada a su
gusto.
Paso el
tiempo……. Durante los dos años siguientes todo fue felicidad, estaban
encantados con la casa, con la gente del barrio incluso para colmar su
felicidad María estaba embarazada. Todo era perfecto salvo por algunos
comentarios que les hacían los amigos y los vecinos.
Algunos
aseguraban que más de una vez alguien les había cogido el teléfono desde su
casa, y una joven les contestaba muy amablemente que le dejarían el recado o
que llamasen mas tarde.
Otros
afirmaban ver a una mujer joven asomada a la ventana de la futura habitación
del bebe, que daba precisamente a la calle principal. Desde allí la muchacha
sonreía y saludaba muy cordialmente.
Ante
estas historias, el matrimonio se reía, eran muy escépticos con esas cosas y
nada religiosos; no pretendían ni bautizar a su hijo y esas cosas, al fin y al cabo, sólo les
causaban risa.
Nació
el bebe, un precioso niño al que llamaron Carlos; era muy tranquilo simplemente un pequeño
angelito, dormía plácidamente todas las
noches, cuando se despertaba a los pocos minutos se calmaba él sólo incluso más
de una vez sus padres los escuchaban riendo o balbuceando feliz sin motivo
aparente.
Roberto
trabajaba muchas horas, y María se dedicaba al completo al cuidado de su
primogénito apenas teniendo tiempo para descansar. Esto daño seriamente la
pareja que formaban, y no tardaron en llegar las primeras discusiones.
Un día
mientras discutían acaloradamente escucharon al niño llorar, cuando subieron a
la habitación vieron la mecedora moverse sola, y al niño riendo contento en su
cunita. No le dieron importancia, bajaron al niño y le dieron la cena.
Así
paso el tiempo… a los seis meses, una noche, en medio de una fuerte discusión
el niño lloraba y gritaba desconsoladamente en los brazos de su madre, mientras
esta gritaba con su marido. Subió al
niño a su cuna para continuar con la discusión y que el pequeño no se asustase.
Hubo un
momento en que, la pareja se quedo callada al escuchar perfectamente a su hijo
riendo a carcajadas. Eso les extraño
mucho, un escalofrío recorrió todo su cuerpo… y al abrir la puerta de su
habitación la sorpresa fue aún mayor.
Una
mujer joven sostenía a su hijo en brazos, arrullándolo. Una mujer vestida de
negro, que parecía flotar en el aire, sus pies no tocaban el suelo…
Roberto
rápidamente lo arranco de sus manos, y se marchó de aquella casa con su mujer y
su niño. No volvieron a pisar aquella casa nunca más, durante los años
siguientes vivieron de alquiler en un pequeño piso del centro.
Y no fue
hasta pasado mucho tiempo cuando descubrieron la verdadera historia, en aquella
casa vivía una pareja el marido había abandonado a su esposa y a su niña recién
nacida. La niña por desgracia, murió de
muerte súbita, algo poco frecuente pero que suele darse en bebes muy pequeños. La madre soportaba aquel dolor cuidando del jardín,
de un rosal que tenía, pero no logró superarlo nunca, se quito la vida en
aquella misma habitación.
La casa
todavía se conserva deshabitada, y el rosal está más bonito que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario