Era una vez, en un pequeño pueblo; en pleno invierno, en
medio de una tormenta. Los relámpagos iluminaban el cielo, y el estruendo de
los truenos resonaba fuertemente, llovía a mares y el viento doblaba las ramas
de los árboles, hasta hacerlas quebrar.
Una viejecita llamada Miseria vivía en una pequeña casa muy
pobremente, se encontraba acurrucada al lado del fuego tapada con una manta al
lado de un humeante tazón de leche. Cuando de repente escucho a alguien golpear
la puerta. Se acercó temerosa, para ver quién era.
Abrió lentamente la puerta con precaución y pudo ver a un
hombrecillo calado hasta los huesos, le calculaba más o menos su edad, tenía
una expresión amable y una larga barba blanca. El señor se disculpó por
molestarla a esas horas y le pidió amablemente cobijo porque estaba perdido,
hambriento y empapado.
La señora que apenas
tenía para poder comer ella amablemente le ofreció un trozo de pan con
mermelada de pera, ella en su pequeño huerto tenía un enorme peral, del que
todos los años recogía gran cantidad de fruta con la que hacía mermelada, que
conservaba para pasar todo el invierno.
El viejito le agradeció enormemente su amabilidad secó sus ropas al
fuego, comió lo que la señora le ofreció y ambos se fueron a dormir.
A la mañana siguiente, después de agradecerle todo lo que
había hecho por él el viejecito le desveló a la señora quien era realmente, era
una especie de ser mágico, y gracias a ella había podido sobrevivir a aquella
terrible tormenta; en agradecimiento el viejecito le concedió un deseo a
Miseria.
Ella le pidió algo bastante insólito, le contó que en verano
muchos de los niños del pueblo entraban a hurtadillas en su huerto para subirse
al peral y robarle las peras; así que lo que ella quería era que todos los que
subiesen al peral no pudiesen bajar hasta que ella se lo ordenase.
Pasó la primavera y
llego al verano, con él los niños se colaban en el huerto de Miseria para
robarle las peras, pero esta vez algo era diferente…. No podían bajar, los
niños lloraban aterrados y la vieja les regañaba duramente; no los dejo bajar
hasta que sus padres venían a disculparse con la señora y a prometer que nunca
más volverían a hacer algo así.
Una noche a finales de otoño, una visita inesperada llegó a
su puerta; era la muerta venía a llevarse a Miseria. La vieja con una dulce
sonrisa, le dijo que estaría encantada de irse que estaba preparada pero que si
le cumplía un último deseo, le pidió si podía subirse al peral para recoger
unas peras para el camino. La muerte acepto, se subió al peral para recoger la
fruta pero cuando se dio cuenta no pudo bajar.
Pasaron los días y la gente no moría, el pueblo se llenaba
de gente apenas había comida y todo se estaba volviendo demasiado caótico hasta
que miseria dándose cuenta de lo que estaba pasando decidió hacer un trato con
la muerte.
Le propuso dejarle bajar si no se la llevaba nunca de la
tierra, la muerte aceptó, y por eso la miseria siempre está en la tierra. Nunca
la abandonará.
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